ACERCAMIENTO A LA HISTORIA DEL CASERÍO "LAS VERAS" DEL MUNICIPIO CRESPO DEL ESTADO LARA. VENEZUELA.


ACERCAMIENTO A LA HISTORIA DEL CASERÍO "LAS VERAS" DEL MUNICIPIO CRESPO DEL ESTADO LARA. VENEZUELA.

Cada pueblo tiene su propia biografía. Una vida de relaciones que lo explican y que permiten a su vez la comprensión de la vida de esos otros pueblos, ciudades y regiones con los cuales se relaciona. Porque 
ninguna tribu o comunidad es o ha sido alguna vez una isla, y el mundo que es una totalidad de procesos o sistemas interrelacionados, no es y nunca ha sido una suma de culturas y grupos humanos independientes . . .No hay ningún pueblo sin historia o que se pueda comprender sin ella. Su historia, al igual que la nuestra, es incomprensible fuera de su marco en un mundo más amplio (que ha pasado a ser limítrofe con el mundo habitado) y, ciertamente, en el último medio milenio no se puede comprender, excepto por medio de las intersecciones   de diferentes tipos de organización social, cada uno de ellos modificado por la interacción con los demás[1]

Así, que al reconstruir la historia de las Veras, nos vemos obligados a hurgar en la inmensa cantidad de relaciones que pudieran existir con otros procesos  o situaciones particulares o globales. Este intento por reconstruir comprensivamente el pasado de un pueblo como este, nos permitirá explicar procesos complejos como el poblamiento y ocupación de los espacios de la región Barquisimeto, los modelos políticos, económicos y culturales implantados en el país y su evolución en relación con los mercados internacionales y las dinámicas hegemónicas propias de la sociedad industrial.

La comprensión, lo sabemos bien, nos permite afrontar el futuro de una manera, menos desguarnecida que si desconociéramos el rumbo transitado hasta ahora. Así que un ejercicio de esta naturaleza viabiliza el diálogo con el mundo no académico y  se enriquece con él, mientras le aporte algo de luz en la tarea que también para ellos es obligada, de construir un mejor país y un mejor mundo. Y todos sabemos, que nos enteramos que estamos ante un mejor mundo, si nosotros mismos disfrutamos de él. Y  podemos construirlo si partimos del conocimiento y comprensión de nuestro pasado.

Por otro lado está lo de la identidad. ¿Cómo parecernos a nosotros mismos si olvidamos o desconocemos quienes fuimos antes? Y sin identidad, sin podernos nombrar a nosotros mismos, así, avergonzados, no podemos dialogar ni relacionarnos con los otros de igual a igual y mucho menos distinguir entre amigos y falsos amigos. Un pueblo sin identidad tampoco puede identificar a los otros, porque sólo veremos siluetas o luces que encandilen del otro lado. Desde la historia nos podemos ver y recobrar la identidad nuestra y reconocer a nuestros iguales y asumir desde el respeto mutuo nuestras relaciones con el mundo entero. Ningún pueblo está completo sin relacionarse. Pero la primera relación que precisamos es con nuestra propia historia.

Estamos hablando de un pequeño caserío del municipio Crespo del estado Lara. El municipio Crespo toma su nombre del personaje de la guerra federal, Joaquín Crespo (1841-1898),  aún cuando en 1.936, Don José María Zubillaga, propuso varias veces desde El Impulso, la sustitución de este topónimo por el de José Ángel Álamo, prócer civil de la independencia. Tiene una superficie aproximada de 815 km2 , cuya capital, San Juan Bautista de Duaca, que fue fundada a través del acto de fundación decretado por el gobernador y capitán general Francisco de la Hoz y Berrío en 1.620 (este mismo personaje  fundó Humocaro Alto, el 13 de Junio de 1610,  en el actual municipio Morán, población esta que cuenta entre sus calles una con el nombre de calle Berrío) y refundada por el padre Fray Miguel de la Madrid, en 1.671,  está ubicada  a unos treinta y cinco km al noroeste de Barquisimeto. Dispuesta a 735 m.s.n.m. y con una temperatura media anual de 24 °C. Duaca se asienta en la depresión ubicada en el extremo occidental de la Sierra de Aroa. Leamos lo que nos dice el Doctor Reinaldo Rojas en este sentido:

Este sistema montañoso lleva un sentido de dirección noroeste, hacia Tucacas y el río Aroa. Las máximas alturas se corresponden con la serranía de Los Chipas (1.328 mts) y Cerro Cambural (1.070 mts). En estas condiciones orográficas, la zona presenta un perfil geomorfológico de pequeñas serranías de baja altura alrededor de la población, la cual se encuentra asentada en una especie de valle cruzado por la quebrada de Tumaque, que corre por el bosque de Barro Negro en dirección a la actual población de El Eneal. Estas condiciones son las que inciden en el clima montañoso del lugar… Hacia el sur el perfil montañoso da paso a un medio de transición semiárido, característico de la zona norteña de Barquisimeto. Es así como el sistema de colinas desemboca en la extensa depresión de El Cují, separada por pequeñas estribaciones montañosas de la terraza barquisimetana.[2]

Las Veras se encuentra precisamente enclavada en una de esas serranías ubicadas al sureste de Duaca y que constituyen casi las últimas antes de pasar hacia esa transición del semiárido del valle de El cují, al norte de Barquisimeto, que refiere Rojas.

El municipio Crespo pertenece a las vertientes de las cuencas hidrográficas del mar Caribe y del Orinoco. A la del Caribe a través de los ríos Aroa y Tocuyo y al Orinoco a través del río Turbio, dado que las quebradas Tacarigua, Chispas, Nonavana, Zumaque y Agua Negra son tributarias de este, que naciendo en las estribaciones andinas, cerca de Sanare, municipio Andrés Eloy Blanco, termina en el caserío La Rompía, estado Apure, cambiando varias veces de nombre (Turbio, en Lara; Cojedes, en Cojedes; Portuguesa, en Portuguesa; Guanare, en el estado Guárico y Apure en el estado Apure).[3]  Las Veras se ubica en esta vertiente, la que da la cara al padre río, el  Orinoco.

Cuando se avanza por la carretera, desde Barquisimeto a Duaca, y se ha recorrido 25km aproximadamente, al pasar el caserío Paso de Tacarigua, vecino de Rastrojitos, al norte de las parroquias Cují-Tamaca, y llegar al parador Turístico “Mis Viejos”, se toma un desvío a la derecha y de inmediato se comienza a subir por una carretera serpenteante que nos lleva hasta dos inmensos  y hermosos árboles, a la orilla de una quebrada intermitente, que nos anuncia desde esa acogedora penumbra, la entrada al caserío Las Veras, otrora muy famoso por sus “chorreras” y su benigno clima.

El caserío Las Veras está ubicado a una altura entre los 700 y 735 msnm, aproximadamente. Tiene un clima muy parecido al de Duaca, fresco y agradable, aún cuando la deforestación y el calentamiento global, dejan mostrar sus acaloradas consecuencias. Según los vecinos, el lugar se usó hasta casi mediados del siglo anterior como “sitio de tempero”, es decir como refugio donde se iba a recuperar de alguna convalecencia, como podía ser la tuberculosis[4], algo parecido a la condición de Hato Arriba (del municipio Morán del estado Lara), lugar usado, para los mismos fines, hasta mediados del siglo pasado. En este caso se usó, entre otros, seguramente la hacienda de los Tamayo, actual Escuela Granja, como estación de tempero. Por cierto, Genoveva Tamayo, miembro de esta familia tocuyana, fue esposa del General Argenis Asuaje, dueño de la Hacienda Las Veras, del cual, nos referiremos más adelante.[5]

Las Veras se encuentra dentro de lo que se conoce como la región Barquisimeto, y dentro de la dinámica geohistórica en la cual se inscribe esta región, podemos ubicarnos para asumir la revisión de esta historia. Pero detengámonos un momento a revisar que se entiende por región:

La noción de región constituye el cierne de la geografía humana. Para el geógrafo, “regionalizar es el equivalente metodológico de la “periodización” para el historiador. Existen dos formas distintas de enfocar dicha noción. Por una parte tendríamos la región formal, al plantear la idea de que hay fenómenos homogéneos (básicamente el medio natural) que dan unidad a cada región. Por otra la región funcional, cuando se cree que existe un conjunto que funciona como tal desde un punto de vista económico o social, independientemente del ámbito estrictamente físico o natural.[6]  

Apreciamos y consideramos aquí, ambas nociones, asumiendo su utilidad práctica. Entendiendo que se trata de una abstracción que apoya  el estudio que se plantea.  La región Barquisimeto va desde la península de Paraguaná en el actual estado Falcón hasta el estado Portuguesa, cruzando las sierras de San Luis, Churuguara, Ziruma-Baragua, Matatere y Bobare, el Macizo de Nirgua y la Cordillera de los Andes para terminar al sur de Portuguesa, de topografía plana pero ligeramente inclinada hacia el Orinoco. Como podemos observar, esta región toca a los actuales estados Falcón, Lara, Yaracuy y Portuguesa. Hasta donde tengo entendido, es Reinaldo Rojas, quien acuña este nombre (Región de Barquisimeto) a esta extensión de territorio donde se asentaron importantes grupos indígenas (caquetíos, Xideharas, Ayamanes, Xaguas, Ciparicotes, Hytotes, Cuibas, cuyones y Guaycaries, según Nicolás Federman, 1530-1531) siendo el más numeroso, el de los Caquetios, quienes ocuparon gran parte de esta región, antes de la llegada de los españoles, llegando a abarcar la llamada región del Caquetá Colombiano (Caquetá viene de Caquetío).

Una primera aproximación a nuestro tema problema (la reconstrucción de la historia del caserío Las Veras del municipio Crespo del estado Lara) nos lleva a pasearnos por los modelos de sociedad y ocupación del territorio que aparejados a los proyectos políticos de cada momento histórico, han existido en Venezuela. En el entendido que no puede haber historia sin continuidad, por más rudos y categóricos que puedan ser los cambios que puedan registrarse. Así como lo plantea Nikita Harwich Vallenilla al referir ciertas reflexiones de su pariente (Laureano Vallenilla Lanz) al respecto: “Una convulsión revolucionaria no es una ruptura radical con el pasado, por la sencilla razón de que el peso de ese pasado influye, de manera inconsciente y determinante, en la evolución lógica y necesaria de todo organismo social.”[7] Así continuidad y discontinuidad se constituyen en los extremos referenciales de la historia, y el conocimiento de esta dinámica, nos permitirá acertar o no a la hora de atrevernos a algunas explicaciones.

Cuando hablamos de ocupación del territorio podemos afirmar que la implantación del modelo colonial en Venezuela implicó una cierta articulación geo-económica con la metrópoli y cierto descuido en cuanto a la articulación hacia adentro, es decir poca interconexión entre las ciudades y regiones dentro de Venezuela. Sólo se estimulaba la conexión   que pudiera favorecer los vínculos con la corona española. Este modelo  de organización sociopolítica y económica ayudó que algunos lugares se vieran “beneficiados” demográficamente evidenciando un crecimiento sostenido, incluso creciendo a costa de otros mientras esos otros lugares se mantenían alejados de esa dinámica motorizada desde la península ibérica.

Después de rotos los lazos con España a través de la guerra de independencia está dinámica se mantiene, cambiando sólo el país beneficiado, tratándose entonces  de Inglaterra y Francia y en el siglo XX se agrega  EEUU, el cual desplaza a los anteriores, sobre todo después de las dos guerras mundiales, afincando su hegemonía sobre el uso de los combustibles fósiles y de una poderosísima tecnología, principalmente armamentística, comunicacional e industrial. El caserío Las Veras viene a representar a uno de esos tantos espacios de nuestra geografía que crece o sobrevive a la zaga de toda esa realidad inequitativa.

Claro, hay que recordar que la sociedad burguesa nace a expensas de las zonas rurales de las cuales desplazó a sus habitantes para meterlos en los talleres para constituirse en la mano de obra de cuya plusvalía se afianzaría el desarrollo industrial propio del capitalismo. Por otro lado, hay que considerar el significativo “aporte” que constituyó la explotación de los pueblos de África (la trata negrera y la esclavitud, por ejemplo), de Asia y América. Sin esta circunstancia de explotación no podría entenderse el desarrollo de los países industrializados (los marxistas lo mencionan como la acumulación originaria de capital). El modelo de sociedad que sucedió a la revolución burguesa es fundamentalmente urbano y sólo ha podido “desarrollarse” a expensas de la explotación de masas inmensas de seres humanos, de los ambientes naturales y de los espacios rurales.

 Este proceso ha dejado a la orilla  del camino por un lado a aquellos sectores que no puede absorber el capitalismo, y a quienes se han resistido desde un principio (descendientes de indígenas, negros y demás mezclas humanas), que prefirieron abandonar o no tomar  la opción que representaban las primeras ciudades que nacían como expresión de la avanzada “civilizatoria” que imponía no sólo una cultura sesgada y ajena  a sus historias, sino que además aplastaba física y emocionalmente, que además de despojar territorios, despojaba hasta el alma entera de los pueblos. 

Unos han quedado marginados dentro de las ciudades, otros, un poco más allá, en zonas rurales y semirurales, relativamente cercanas a centros urbanos de distintos tamaños e importancia. Y unos pocos en los extremos: lo netamente rural y la selva. Lo escasamente poblado.

La influencia de lo urbano sobre lo rural y la supeditación de este a aquello en el mundo contemporáneo y no sólo en los países subdesarrollados, sino en las sociedades industrializadas del primer mundo, ha sido estudiada por Henri Lefebvre en un libro denominado La Revolución Urbana. Revisemos algunas líneas:

¿Será necesario recordar que la producción agraria ha perdido en los grandes países industriales, y a escala internacional, toda su autonomía? ¿Qué ya no es el sector fundamental y que carece de características específicas, a no ser la del subdesarrollo? . . . la producción agrícola se transforma en  un sector de la producción industrial, subordinada a sus imperativos y sometida a sus exigencias. El crecimiento económico, la industrialización, al mismo tiempo causas y razones últimas extienden su influencia sobre el conjunto de territorios, regiones, naciones y continentes.  Resultado: la aglomeración tradicional propia de la vida campesina, es decir la aldea, se transforma; unidades más amplias la absorben o la asimilan, se produce su integración en la industria y en el consumo de los productos de dicha industria. La concentración de la población se realiza al mismo tiempo que la de los medios de producción. [8]

En el caso de Venezuela vemos como haciendas, hatos y distintas unidades de producción agropecuarias cercanas a ciudades han cedido sus espacios a barrios, urbanizaciones, etc. En Maracaibo tenemos a Los Haticos, La Pomona, por nombrar sólo a dos casos, en Valencia tenemos a innumerables urbanizaciones que se han formado donde antes habían haciendas como Tarapio, San Diego, Nagua Nagua, el sur de Valencia, etc., en Barquisimeto gran parte del barrio San José se formó en antiguos criaderos de chivos y en los alrededores de una laguna de uso comunitario. Por cierto, ahí, en San José, habitan varias familias provenientes del municipio Crespo, así como hacia el oeste de Barquisimeto se ubicaron muchas familias provenientes del municipio Jiménez, Andrés Eloy Blanco y Morán. En Palavecino observamos como de manera acelerada, las urbanizaciones se van llevando por delante antiguas haciendas que otrora sirvieron de sustento no solamente a hombres y mujeres que levantaron sus familias con el trabajo rural si no que fueron portadoras de una cultura que va desapareciendo en la medida que caen los muros y cercas de las viejas haciendas. 

Los circuitos y redes que se tejen dentro de Barquisimeto como ciudad comercial e industrial, requieren de más espacios que van tomando de manera física y también simbólica, es decir a través de los valores del mundo urbano que van desplazando dentro de las áreas rurales al mundo de vida y símbolos propios del campo, porque ahí donde llega la mercancía producida por la industria, llega la propuesta cultural del urbanismo y de la sociedad burguesa. Hoy se habla de la globalización como máxima expresión de la modernidad que avanza desconociendo las particularidades culturales de los pueblos, uniformizando al mundo a través de la llamada sociedad de consumo, las transnacionales, los medios de difusion masiva y la revolución electrónica.

Pero que una hacienda se transforme en centro urbano no es un fenómeno nuevo en Venezuela. Muchos pueblos y caseríos derivan de haciendas, así como en la edad media europea muchas ciudades derivaron de los mercados. Podría nombrar machísimos casos que conozco de primera mano en el municipio Morán, donde viví alrededor de doce años, siempre en áreas rurales. Lo cierto es que los centros económicos se convierten en centros demográficos. Pero desde la colonia, el centro del poder político siempre ha estado en las ciudades.

Las Veras se asienta sobre los terrenos que otrora pertenecieron a la hacienda homónima. Pero antes de pasar a este punto, vayamos un poco más atrás. Hasta los primeros habitantes de estos territorios.

Primeros Habitantes

Distintos estudiosos mencionan diferentes etnias indígenas como los primeros pobladores de esta zona que se asienta alrededor del actual San Juan Bautista de Duaca, antiguo pueblo de doctrina. Renato Agagliate nos dice: “Por el valle de Duaca, en tiempos de la conquista, anduvieron indios del tronco arahuaco (caquetíos), caribes (ciparicotos), pero históricamente se sabe que lo hicieron en particular los “rebeldes” gayones y los “valientes” ayamanes, es decir, representantes de las tres mayores familias lingüísticas de Venezuela”.[9] Los Gayones, también nombrados como Coyones o Cayones y  los Ayamanes pertenecen a la familia lingüística de los Chibchas-Betoys. Según el mismo autor,  son los Caquetíos, por cierto, el grupo más numeroso, de acuerdo a Nicolás Federman, quienes mayores aportes hacen a los europeos en cuanto a la toponimia.

La presencia europea alteró los patrones de poblamiento y evolución social, cultural y económica de los grupos indígenas. La implantación forzada del régimen colonial terminó por desdibujar y desaparecer a estos grupos, quienes se vieron obligados a emigrar a espacios apartados de la ambición española. Los que pudieron sobrevivir. 

En nuestros sectores rurales más apartados todavía se puede atisbar los vestigios de aquellas naciones indígenas. Expresiones culturales como los tejidos, la alfarería, la culinaria del maíz y algunas  raíces americanas, manifestaciones religiosas, bailes, leyendas y algunos cuentos, evidencian en aquellos lugares la resistencia cultural indígena y nos convoca a serios  esfuerzos por sistematizar esos inventarios en una geografía de la reafirmación de nuestros orígenes afroindoamericanos.

 Los rasgos físicos que pueden observarse en sus pobladores también nos evidencian la presencia de lo indígena y de lo africano. La cultura de consumo nos uniformiza pero desde nuestras pieles y culturas surge lo distinto, lo que quiere reafirmarse y existir con plenos derechos, dialogar con el resto del mundo horizontalmente, sin padecer ningún tipo de sometimiento (económico, político, cultural, social o militar) ni segregación.

La Encomienda y los resguardos indígenas.

La acción de los Welser, posterior a 1530 dejó como saldo el exterminio, el terror, la violencia y la esclavitud de los pobladores originales, no la colonización. Solo después de 1545, con la fundación de la ciudad Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción de El Tocuyo, por Juan de Carvajal y el establecimiento de las primeras encomiendas, arranca un nuevo intento colonizador. De la ciudad madre se irradia toda una empresa, cuyos frutos apuntan hacia la consolidación del régimen colonial. Se fundan así distintos pueblos de blancos como Barquisimeto (1552 en Buría),  pueblos de doctrina como Duaca (1620) y Humocaro Alto (1610), y pueblos de misión como Divina Pastora de Guanare Viejo (1771).   

En cuanto a la diferencia entre estas distintas categorías tenemos que “En los pueblos de blancos como Barquisimeto, tanto el blanco propietario como la población dedicada a las labores agrícolas habita en hatos y haciendas, mientras que la legislación indiana señala al pueblo de doctrina como centro residencial obligado del indio tributario y su familia”[10]. Así mismo podemos puntualizar que
El pueblo de blancos es el centro político y administrativo de la jurisdicción civil y eclesiástica, desde su propia fundación inclusive. El pueblo de indios es el organizador del adoctrinamiento del indígena sujeto al régimen de encomiendas. Es el sentido y propósito del pueblo colonial en nuestro territorio y el mismo responde al tipo de pueblo dominante en la España que conquista.[11]

La encomienda cumple funciones económicas, en cuanto propicia el desarrollo de las fuerzas productivas a partir de la explotación de la mano de obra indígena, iniciándose la producción agrícola y pecuaria, desplazando a la aventura minera representada por la búsqueda de El Dorado. Cumple funciones político-administrativas-religiosas en tanto  cada encomienda se constituía en un espacio de relaciones de poder de la metrópoli y la colonia, a través de toda la reglamentación y establecimiento de acuerdos, deberes, derechos entre las distintas partes, no siempre respetadas.  Esto por un lado, y por otro, tenemos que en la encomienda se desarrolla toda una gestión de adoctrinamiento religioso y deculturación de los pueblos indígenas.

La encomienda también se constituyó en la raíz de la propiedad territorial en la mayor parte del territorio nacional, dando pie a la generación del latifundio.

En cuanto a los resguardos indígenas podemos apuntar que cuando se establecían o fundaban los pueblos de indios se demarcaba el área residencial donde obligatoriamente debían vivir los indios en familias constituidas, así también partiendo del centro de la plaza se medía una legua por cada punto cardinal para así crear las áreas de cultivo para cada familia, los terrenos de pastoreo para el ganado y los espacios para la explotación agrícola comunitaria. Esto a través de un proceso lento de implantación de varias décadas, no exentas de conflictos y contradicciones. 

En el caso de Duaca, tenemos que dentro de sus resguardos quedan incluidos los terrenos de Las Veras, lo que quiere decir que estos pudieron ser usados por los indígenas para la realización de cualquiera de las actividades arriba mencionadas. Esto no quiere decir que inmediatamente que se funda en 1620 la ciudad de Duaca, se establecen de hecho y de derecho estos resguardos, por el contrario, como ya sabemos, cuando el capuchino De la Madrid llega al pueblo en 1671, se encuentra con que este está prácticamente abandonado y los indígenas se encontraban bastante lejos, además la legislación metropolitana que contemplaba estos asuntos se fue afinando para la última década del siglo diecisiete. Ahora, bien . . .
Es importante destacar que además de las tierras para el beneficio directo para la familia indígena y condición material para la cancelación anual del tributo, y las tierras ejidales destinadas para pastos, bosques, aguas y áreas para crecimiento urbano, nos encontramos con tierras cuyo fin es aportar recursos para las cajas de comunidad que, por tanto, pueden ser entregadas a título de censo a cultivadores indígenas, mestizos de color o blancos, para su explotación dando lugar para la presencia de productores no indígenas dentro de los límites del propio resguardo[12]

Este planteamiento, vulnera la supuesta intención inicial de proteger a los indígenas a través de la figura de resguardo. A su vez explica  o puede explicar la existencia de latifundio en terrenos pertenecientes a antiguos resguardos indígenas. 

Probablemente el mecanismo de “títulos de censo” o los arrendamientos de áreas del resguardo, expliquen la presencia en estos de productores no indígenas. El siglo XVll y el XVIII son testigos de innumerables conflictos entre indígenas y otros pobladores por el uso de los terrenos pertenecientes al resguardo.

Con el nacimiento de la República, posterior a la guerra de independencia, con la concepción de que todos somos ciudadanos, iguales ante la ley, pierde sentido la figura del resguardo, creándose la necesidad de resolver lo concerniente a los destinos de esos territorios, muy golpeados por las distintas circunstancias que se presentaron en los siglos precedentes y que vulneraron tantas veces la fragilidad jurídica que defendía estos espacios.

Así en el mismo siglo XX se presentan distintos litigios para dilucidar el destino de estos espacios. En nuestro caso tenemos la situación que se presenta en 1912, cuando un ciudadano llamado Juan Antonio Molleja,  en su condición de comunero ocupante de los terrenos correspondientes al antiguo resguardo indígena, promovió la “partición” de estos, a lo cual se enfrenta otro ciudadano de nombre Raimundo Sangronis, planteando que no era posible realizar la referida partición porque no se había delimitado debidamente el resguardo. Como resultado de estas diferencias, se nombra un agrimensor de nombre Antonio Sebastián Briceño, quien asume la tarea de medir los terrenos y establecer las delimitaciones a que hubiera lugar. Posterior a esto, una vez finalizado el trabajo de  medición, “El agrimensor presentó el plano topográfico de los terrenos correspondientes a los resguardos indígenas . . .”[13] y un informe escrito donde se establece que el resguardo tiene diez mil hectáreas, de las cuales algo más de 9.952 hectáreas corresponden a 206 poseedores u ocupantes; 24 al ferrocarril Bolívar y algo más de 23 hectáreas a caminos y carreteras. 

En este documento se menciona a Las Veras y a la hacienda del General Asuaje: “Al General Argenis Asuaje en “Las Veras”, quinientas ochenta y ocho hectáreas diez y seis áreas, caserío “Las Veras” cuarenta hectáreas y cincuenta y cinco áreas”[14]. También aparece en el mismo documento, el mencionado señor Molleja con varias propiedades que suman más de mil hectáreas. Esta situación nos evidencia que en el sector de Las Veras, que estaba dentro del resguardo, ocurrió una transferencia de esos terrenos a manos privadas. Precisemos aquí que esas cuarenta hectáreas pertenecientes al caserío fueron compradas por los vecinos al General Asuaje, aunque el documento de compra venta se protocolizó en 1913.[15]

Agreguemos a esto el hecho de que en 1837 se adjudicaron terrenos baldíos a 145 personas, “Un total de 118 hectáreas en su mayor parte para cultivos, 13 ocupantes en 9 hectáreas para cría en El Pegón, y el resto que ocupan agricultores en los sitios de Las Veras, Liena, Naranjillo, El Guayabo, La Vega y la Fuente.”[16]  De tal suerte que ya para 1837 se menciona a Las Veras como un sitio ya ocupado, por agricultores. Sería interesante hacerle seguimiento a los apellidos que aparecen beneficiados por esta medida. La misma referencia a este repartimiento de terrenos baldíos se hace en el libro de Oneiver Araque: El Templo San Juna Bautista de Duaca.[17]

Entienden estos autores que estas adjudicaciones son demostrativas de la promoción de las actividades agrícolas en una nueva etapa en la evolución socioeconómica en el municipio. Recordemos que, precisamente cuatro  décadas más adelante se inicia la curva ascendente en la producción cafetalera que le dio tanta fama a Duaca, La Perla del Norte, hasta su decaimiento, producto del derrumbamiento de los precios del café a raíz de la crisis económica mundial que se inicia en 1929.

Podemos observar entonces, como se cumplen en el caso de Las Veras algunas de las situaciones a las cuales referimos líneas atrás: el caserío nace dentro de una hacienda, al calor de la cual se fueron agrupando familias enteras. Probablemente fueron los peones de aquella hacienda parte de sus primeros pobladores.  Así, también podemos colegir que la suerte que corre el municipio Crespo, cuya principal fuente de riqueza y desarrollo socio-cultural lo constituyó el cultivo de café, articulado al mercado internacional, una vez presentada la gran crisis del 29 que derrumbó  los precios del café llevando a la quiebra a grandes, medianas y pequeñas haciendas cafetaleras, también la corre el caserío Las Veras, manteniéndose deprimido demográficamente y al margen del crecimiento (que no desarrollo) económico de nuestra capital larense, y las principales ciudades de la región, cumpliéndose una premisa tan propia de nuestros países  latinoamericanos  marcados por toda suerte de desequilibrios.




FUENTES UTILIZADAS


A)   Documentales:


1.     REGISTRO  PÚBLICO SUBALTERNO DEL DISTRITO CRESPO. Protocolo Primero del primer cuarto trimestre de 1.917. Nº 7. Folios del 6 al 11.

2.     REGISTRO  PÚBLICO SUBALTERNO DEL DISTRITO CRESPO. Protocolo del primer trimestre de 1.913. Nº 66. Folios  73 y 74.

B)   Bibliográficas:

1.    Agagliate, Renato. De Aroa a Duaca o Por Otra Vía. Duaca. Fondo Editorial Buría. 1.994. 77 páginas

2.    Alvarado Durán, Guillermo. Duaca, La Perla Del Norte. Imprenta Oficial del Estado Lara. 1.999. 186 páginas

3.    Araque, Oneiver Arturo. El Templo San Juan Bautista de Duaca. Duaca. Oficina del Cronista Oficial del Municipio Crespo. 2.002. 144 páginas

4.    Arostegui, Julio. La Investigación Histórica: Teoría y Método. Barcelona-España.Editorial Crítica. 1.995. 460 páginas

5.    Block, Marc. Apología de la Historia o el Oficio de Historiador. Barquisimeto-Caracas. Fondo Editorial Buría y Fondo Editorial Lola Fuenmayor. 1.986. 232 páginas

6.    Cardoso, Ciro y H: Pérez Brignoli. Los Métodos de La Historia. México. Editorial Grijalbo. 1.979. 439 páginas

7.    ____________________. Historia Económica de América Latina. Barcelona, España. Editorial Crítica. 232 páginas

8.    Giménez Lizarzado, Carlos. Duaca En La Época Del Café, 1870-1.935. Duaca. Oficina del Cronista Oficial del Municipio Crespo. 2.001. 158 páginas

9.    Hobsbawm Eric. Sobre la Historia. Barcelona, España. Editorial Crítica.333 páginas

10. Lefebvre Henri. La Revolución Urbana. Madrid. Editorial Alianza. 199 páginas

11. Rojas, Reinaldo. El Régimen De La Encomienda En Barquisimeto Colonial, 1530-1810. Caracas. Ediciones de la Biblioteca EBUC. 2.004. 291 páginas

12. _______________. Historia Social De La Región De Barquisimeto En El Tiempo Histórico Colonial. Caracas. Academia Nacional de la Historia. 1.995. 409 páginas

13. _______________. De Variquecemeto a Barquisimeto. Siete Estudios Históricos  Barquisimeto. Fondo Editorial Buría. 2.002. 395 páginas

14. Vallenilla, Lanz. Disgregación e Integración. Obras Completas. Tomo II. Fondo Editorial Lola de Fuenmayor. Centro de Investigaciones de la Universidad Santa María. Caracas. 1.984. 427 páginas




C)   Hemerográficas

1.    Panorama. De Hatos a Urbanizaciones. Reportaje realizado por Janette Yépez Palencia. 27 de Enero de 2008. P. 1-2

D)   Testimoniales

1.    Entrevistas realizadas durante los meses mayo, junio y julio de 2.006 a varios ancianos de Las Veras en la Escuela Bolivariana Las Veras.




















[1] Eric Hosbbawm. Sobre la historia. 2002.  P. 177
[2] Reinaldo Rojas. El Régimen de la Encomienda en Barquisimeto Colonial 1530-1810.  2004.P. 217
[3] Reinaldo Rojas. De Variquecemeto a Barquisimeto. Siete Estudios Históricos. Barquisimeto. 2.002. PP. 365-366
[4] Mendoza, Ramón: Pasajes de Las Veras. “Entrevistado por Douglas Chourio en la Escuela Bolivariana Las Veras el  06 de mayo de 2.006”. (Fuente testimonial directa)
[5] Garrido, Francisco: Pasajes de las Veras. “Entrevistado por Douglas Chourio en la Escuela Bolivariana Las Veras el  18 de mayo de 2.006”. (Fuente testimonial indirecta)
[6] Ciro Cardoso y Héctor Pérez B. Historia Económica de América Latina. Sistemas Agrarios e Historia Colonial.  1979. P. 82
[7] Laureano Vallenilla Lanz. Disgregación e Integración. Obras Completas. Tomo II. 1984. P. 48
[8] Henri Lefebvre. La revolución Urbana.1976.  P. 10
[9] Renato Agagliate. De Aroa a Duaca o Por otra Vía. Duaca, 1.994. P. 9
[10] Reinaldo Rojas. Historia Social de la Región Barquisimeto en el Tiempo Histórico Colonial 1.530-1.810. 1995.  P. 58
[11] Ibid. P. 59
[12] Ibid. P. 209
[13] REGISTRO  PÚBLICO SUBALTERNO DEL DISTRITO CRESPO. Protocolo Primero del primer cuarto trimestre de 1.917. Nº 7. Folios del 6 al 11.
[14] Ídem.
[15] REGISTRO  PÚBLICO SUBALTERNO DEL DISTRITO CRESPO. Protocolo del primer trimestre de 1.913. Nº 66. Folios  73 y 74.

[16] Carlos Giménez Lizarzado. Duaca En La Época del Café, 1.830-1935. Duaca.2.001. P. 50
[17] Oneiver Arturo Araque: El Templo San Juan Bautista de Duaca. Duaca. 2.002. P. 81

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