Aportes de Eric Hobsbawm al Concepto de Estado Nacional
"Naciones y Nacionalismo desde 1780" es el libro que usaremos de este intelectual marxista para revisar sus aportes al tema del estado y la Nación. Hobsbawm refiere a lo novedoso
del término nación, en el sentido moderno. Así como la dificultad para llegar a
un acuerdo con relación a su significado exacto, parece no encontrar los
criterios para decidir cuándo nos encontramos frente a una nación. Cita la
famosísima conceptualización de Stalin: “Una
nación es una comunidad estable, fruto de la evolución histórica, de lengua,
territorio, vida económica y composición psicológica que se manifiesta en una
comunidad de cultura.”[1]
Considerado como uno de los mejores esfuerzos por establecer unos criterios de
definición, que junto a otros intentos también ha fracasado, en tanto al
aplicar el concepto a la realidad mundial se encuentran casos de naciones que
no reúnen todas estas características y otras agrupaciones humanas que
reuniendo tales características no son consideradas nación y en algunos casos
ni siquiera espiran a serlas.
El autor realiza algunas
afirmaciones, desde las cuales parte en su análisis:
El nacionalismo como
principio congruente que afirma la unidad política y nacional, el cual se
impone a todas las obligaciones públicas. Entiéndase obligaciones públicas como
deberes políticos.
El concepto de nación es
nuevo. Se refiere a cierta clase de estado territorial moderno, el
Estado-Nación. Las nacionesforman parte de la invención de los
nacionalistas y los Estados en determinadas circunstancias históricas.
La política, la tecnología y
la transformación social se interceptan en el asunto de la nación (o la
cuestión nacional como la llamaban los marxistas de comienzos de siglo pasado).
Por más intenciones de formar Estados Nacionales que pudiesen tener
determinados grupos o sectores sociales, les resultará imposible si no existe
un adecuado desarrollo económico y tecnológico.
La mayoría de los estudiosos
de hoy estarán de acuerdo en que las lenguas nacionales estándar, ya sean
habladas o escritas, no pueden aparecer como tales antes de la imprenta, la
alfabetización de las masas y, por ende, su escolarización. Incluso, se ha
argüido que el italiano hablado popular, como idioma capaz de expresar toda la
gama de lo que una lengua del siglo XX necesita, fuera de la esfera de la
comunicación doméstica y personal, sólo ha comenzado a construirse hoy día en
función de las necesidades de la programación televisiva nacional. Por
consiguiente, las naciones y los fenómenos asociados con ellas deben analizarse
en términos de las condiciones y requisitos políticos, técnicos,
administrativos, económicos y de otro tipo.[2]
Las naciones son fenómenos
duales, es decir sólo pueden entenderse si se analizan desde arriba y desde
abajo. Desde la perspectivas de los líderes y de la gente común.
Inicialmente (fines del
siglo XVIII y comienzos del XIX), la idea de nación sólo se asociaba a la
unidad e independencia política. Esto es, en la era revolucionaria, cuando se
inician las naciones modernas (Estados-Nación en Europa, España, Alemania,
Francia, Inglaterra, principalmente, y E.E.U.U.). En el caso especial de
Estados Unidos, se evitaba el uso de la palabra nación para escapar de
conflictos ante la gran heterogeneidad que caracterizaba a esa sociedad
norteamericana. Se usaban términos como “pueblo”, “unión”, “confederación”,
“nuestra tierra común”, “bienestar público”, “el público”, “la comunidad”.
El Estado era expresión de
la soberanía política de la población. Hay que insistir: se está haciendo
referencia a la etapa revolucionaria (fines del siglo XVIII y comienzos del
XIX) en Europa occidental, principalmente. Para esos momentos, ni la lengua, ni
la etnicidad, ni la religión, ni el territorio ni los recuerdos históricos
comunes, podían considerarse definitorios con relación a la conformación de las
naciones nacientes. Lo que privaba en el
concepto, y aquí Hobsbawm se vale de afirmaciones hechas por Pierre Vilar, eran
los intereses comunes sobre los intereses particulares y los privilegios.
Quienes coincidían en trabajar en esta
misma dirección, indistintamente de cualquier diferencia, formaban parte de una
misma unidad en formación y ejercían una soberanía
e independencia política, es decir, pasaban a formar una nación en el
sentido moderno. Se cita el asunto de la revolución francesa, en los casos de
los alsacianos y gascones quienes por supuesto hablaban sus propios idiomas y
eran considerados franceses con todos los derechos
y deberes políticos y sociales propios de todos los nacionales. A pesar de
la insistencia de los jacobinos en que los ciudadanos franceses para ser
considerados tales debían hablar francés, la mayoría de los ciudadanos hablaban
otras lenguas y muy pocas personas sabían leer y escribir francés o cualquier
otra lengua.
Se considera al siglo XIX
como el siglo en el cual las sociedades asumieron como tarea principal la
conformación de las naciones. Es decir, el siglo XIX es el siglo de las
naciones. Es significativo también que sea esta, precisamente la era del
liberalismo económico. Concepción que se enfrenta a la participación del Estado
en los asuntos económicos. Es curioso porque se trata de conceptos
aparentemente contradictorios. Pero en la práctica, los epígonos y
beneficiarios del liberalismo económico se han favorecido de la gestión del
Estado, el mismo Estado que como se dijo en líneas anteriores, creó a la
nación.
El Estado fomentó la
economía nacional a través de:
·
La creación de los bancos nacionales.
·
La responsabilidad pública de las deudas del
estado
·
La creación de la deuda nacional. En la
mayoría de los casos a favor de proyectos que beneficiaban a los empresarios.
·
Protección de las manufacturas por medio de
aranceles elevados
·
El establecimiento de la obligatoriedad de la
contribución indirecta.
Esto sin mencionar el
cometido del Estado en todo lo relacionado a la vialidad, educación, salud y
demás servicios (electricidad, agua potable, comunicaciones), protección a la
propiedad, etc. que reportaban
beneficios inmediatos a las actividades económicas). Nación significa
implícitamente, economía nacional. Aunque para Adam Smith (1723-1790) quien en
1776 publicó “Investigación Sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las
Naciones” no había una colectividad más importante que la empresa.
Smith, asegura en su libro que el
bienestar de las naciones solo podía asegurarse con el bienestar de las
empresas, las cuales debían contar con la absoluta libertad para su actividades
productivas y comercializadoras.
Hobsbawm nos dice que en 1834 John Rae, refutó
a Smith, planteando que los intereses individuales y nacionales no eran
idénticos, es decir que la búsqueda del interés propio no necesariamente se
convierte en la maximización de la riqueza de las naciones. “En todo caso, la
nación significaba economía nacional y su fomento sistemático por el Estado, lo
cual en el siglo XIX quería decir proteccionismo”[3]
es decir, todo lo contrario a liberalismo.
Finalizada ya la etapa
revolucionaria de la construcción de las naciones en Europa, el liberalismo
burgués, establece como criterios para
determinar la viabilidad de una sociedad para convertirse, llamarse o
considerarse nación, lo siguiente:
·
Asociación histórica a un Estado.
·
Existencia de una antigua élite cultural,
poseedora de una lengua literaria y administrativa nacional y
·
Demostrada capacidad de conquista de otros
territorios y sociedades.
Revisados estos criterios y
sobre todo el último, no se puede dejar de coincidir con Hobsbawm cuando afirma:
Pero si
el único nacionalismo históricamente justificable era el que encajaba en el
progreso, es decir, ampliaba, en vez de restringirla, la escala en la que
funcionaban las economías, sociedades y culturas humanas. ¿Cuál podría ser la
defensa de los pueblos pequeños, las lenguas pequeñas, y las tradiciones
pequeñas, en la inmensa mayoría de los casos, sino una expresión de resistencia
conservadora al avance inevitable de la historia? La gente, la lengua o la
cultura pequeña, encajaba en el progreso sólo en la medida que aceptara la
condición de subordinada de alguna unidad mayor o se retirase de la batalla
para convertirse en depositaria de nostalgia, si aceptaba la condición de
mueble viejo de la familia . . .” [4]
En la etapa
post-revolucionaria del desarrollo del concepto de nación y por supuesto (y
ante todo) de las naciones mismas, se consideran otros elementos además de la
unidad y la soberanía política, tales como la etnicidad, el territorio, la lengua, la religión, la
memoria colectiva y otros elementos de la cultura. A partir de 1880 el debate
en torno a la “cuestión nacional” se profundiza y se intensifica, sobre todo,
entre los socialistas.
En la segunda internacional los debates en torno a lo
nacional cobraron una importancia central. Hay que recordar que los socialistas
marxistas, principales animadores de la primera y segunda internacional, eran
declaradamente internacionalistas y consideraban inicialmente el discurso
nacionalista como una trampa ideológica que alejaba a los proletarios del mundo
de sus auténticos objetivos históricos: la revolución proletaria y la dictadura
del proletariado.
Entre 1830 y 1878 se
consolidan la mayoría de las naciones europeas y a partir de este momento, los
sentimientos y actitudes de la gente corriente con relación al nacionalismo,
cobra una significación distinta a la que se tenía durante la época
revolucionaria. En este sentido, afirma nuestro autor:
El
problema que tenemos delante deriva del hecho de que la nación moderna, ya sea
como estado o como conjunto de personas que aspiran formar tal estado, difiere
en tamaño, escala y naturaleza de las comunidades reales con las cuales se han
identificado los seres humanos a lo largo de la mayor parte de la historia, y
les exige cosas muy diferentes. Utilizando la útil expresión de Benedit
Anderson, diremos que es una “comunidad imaginada” y sin duda puede hacerse que
esto llene el vacío emocional que deja la retirada o desintegración, o la no
disponibilidad de comunidades y redes humanas reales, pero sigue en pie el interrogante de por qué la gente,
después de perder las comunidades reales, desea imaginar este tipo concreto de
sustituto. Puede que una de las razones sea que
en muchas partes del mundo los estados y los movimientos nacionales
podían movilizar ciertas variantes de sentimientos de pertenencia colectiva que
ya existían y que podían funcionar, por así decirlo, potencialmente en la
escala macropolítica capaz de armonizar
con estados y naciones modernos. A estos
lazos los llamaré “protonacionales”.[5]
Se evidencia de esta
afirmación del historiador una de las máximas del marxismo: “toda nueva
sociedad nace en el seno de la anterior”. Estos lazos los denomina Hobsbawm
como supralocales, que se refieren a los sentimientos que vinculan a los
miembros de distintas localidades y les permiten cierto sentido de pertenencia
o semejanza; y en segundo lugar están los lazos y códigos de las élites
vinculados a las instituciones del
Estado y que terminan por generalizarse dentro del resto de la
población. Se puede afirmar que los lazos protonacionales se mueven horizontal
y verticalmente.
Sin embargo, ambos
enlazamientos están lejos de constituir por sí
mismos, elementos que se identifiquen linealmente con la concepción
moderna de nación en tanto “unidad de organización político territorial” como
criterio fundamental.
Por otro lado, reconoce el
historiador lo difícil que resulta
conocer exactamente lo que constituye el Protonacionalismo popular en
tanto que la abrumadora mayoría de la población europea del siglo XIX era
analfabeta. Aun así, se aventura a considerar una serie de elementos que él
conceptualiza como constituyentes del Protonacionalismo popular tales como la
lengua, la etnicidad y la religión. Añade también la conciencia de pertenecer o
de haber pertenecido a una entidad política duradera. Así también revisa la importancia de la
imprenta, tal cual como fue referida en un principio.
En torno a la lengua puede
resumirse de la exposición del autor:
·
Es el primer elemento para establecer
semejanzas dentro de los grupos y por ende las diferencias con otros.
·
Antes de la generalización de la enseñanza
primaria no puede hablarse del surgimiento de las lenguas nacionales
·
Las lenguas maternas que se hablaban
cotidianamente y en el seno de los hogares y que eran transmitidas de
generación en generación no pueden considerarse como lenguas nacionales.
·
Las lenguas nacionales no se crean
espontáneamente. Son producto de la
voluntad de las élites que dirigen los Estados Nacionales.
·
En tal sentido, las lenguas nacionales, son
casi siempre conceptos semiartificiales. Creaciones culturales de una élite.
·
Las afirmaciones anteriores tampoco pueden
negar el contenido popular que pudieran tener las lenguas nacionales.
·
Si bien la lengua no es un elemento central
en la formación del Protonacionalismo puede convertirse en un importante
elemento constitutivo del nacionalismo, en tanto que (y aquí se vuelve a apoyar
en Benedit Anderson):
o
Crea una comunidad de esa élite que la usa.
Esa comunidad intercomunicante que lo hace en un territorio determinado puede servir de modelo o proyecto piloto para
una comunidad mayor: la nación. Esta minoría debe tener el suficiente peso
político para influir sobre el resto.
o
Al ser publicada (aquí se evidencia la
importancia de la imprenta, como elemento fundamental del desarrollo
tecnológico) adquiere una especie de ilusión de permanencia, de imperecedera.
·
La lengua oficial o lengua de los gobernantes
(la que se escribía en sus documentos) se convirtió en la lengua real de los
Estados Nación modernos.
·
Al multiplicarse los Estados, se multiplican
las lenguas y no al contrario. Nacionalismo lingüístico se refiere a la lengua
de la escuela y a la oficial (la que aparece en los documentos oficiales.
·
Con respecto a la etnicidad
plantea Hobsbawm:
·
Casi siempre está relacionada con el origen y
la descendencia comunes. Sin embargo, es muy difícil observar esto en la
realidad de los Estados Nación y mucho menos en sus comienzos.
·
La población de los grandes Estados Nación es
casi invariablemente muy heterogénea.
·
Sin embargo, la etnicidad podría constituir
un elemento aglutinante en aquellas poblaciones ubicadas en extensas áreas
territoriales que carecían de organizaciones políticas comunes de importancia.
·
La importancia de la etnicidad con respecto a
la concepción de nación puede referirse
a lo siguiente:
o
Ha funcionado históricamente como divisor
vertical y horizontal antes de la era del nacionalismo moderno. Es decir,
diferenciador dentro de las sociedades como con relación a los “otros”.
o
La etnicidad “visible” tiende a ser negativa.
Se refiere más a los otros que al propio grupo que se presupone es homogéneo
aunque no lo sea.
o
Cuando la etnicidad se combina con elementos
políticos y de Estado crean condiciones para la conformación nacional.
De
los vínculos de la religión con el fenómeno de la nación, se puede resumir:
·
Religión y conciencia nacional pueden estar
muy relacionados como en el caso de Polonia, Irlanda y los árabes (estos
mayoritariamente musulmanes).
·
La religión ha sido una vieja forma de
establecer lazos fuertes a través de prácticas comunes y una especie de
fraternalidad entre personas que de no ser por esto no tendrían casi nada más
en común.
·
La lealtad a la religión a veces compite con
la lealtad a la nación.
·
Las grandes religiones (las creadas entre el
siglo IV antes de nuestra era y el siglo VII después de nuestra era) son de
carácter transnacional. Estas religiones impusieron limitaciones a las
expresiones religiosas étnicas, en aquellas regiones donde se desarrolló el
Estado Nación.
·
La religión no es una señal necesaria de la
protonacionalidad. Si lo son, en cierta medida, los íconos religiosos para el
nacionalismo moderno. Así también, algunos rituales y prácticas colectivas.
·
Estos íconos, símbolos y prácticas
colectivas, sin embargo suelen ser muy amplios o limitados para representar una
protonación. Los íconos más satisfactorios son los que se asocian a alguna
forma específica de Estado.
De
lo anterior puede colegirse que los elementos populares de Protonacionalismo
son significativos en el proceso de
crear naciones pero no determinantes en última instancia. Para encontrar los
elementos determinantes hay que revisar lo referente a los Estados Nacionales,
sus elites y desarrollo económico y tecnológico.
Las naciones, los
nacionalismos y los Estados Nación han transcurrido por distintos momentos
históricos, y en cada uno de estos momentos han tenido distintas
características o maneras de presentarse.
Así también se puede decir que hay diferencias notables entre los
llamados países desarrollados o del primer mundo (que han practicado el
imperialismo o el colonialismo) y los que han sufrido la influencia sojuzgadora
de estos (los llamados colonias, neocolonias, países dependientes, del tercer
mundo o subdesarrollados).
Una primera etapa revolucionaria (en Europa), cuando
la burguesía emergente desplaza del poder a los regímenes monárquicos. Esto va
desde mediados del siglo XVIII hasta la
segunda o tercera década del siglo XIX.
Una etapa más conservadora desde la tercera década del siglo XIX hasta la
segunda década del siglo XX, cuando triunfa la revolución de octubre, que se
caracteriza por ser una etapa de consolidación de los estados nacionales y el avance de una etapa imperialista, durante esta etapa se inventa la palabra
“Nacionalismo”, a partir de 1870.
A partir del triunfo de la revolución
bolchevique, el nacionalismo toma un
rostro ultraderechista y fascista en Europa pero en los países del llamado
tercer mundo, el discurso nacionalista es reivindicado por los sectores de
izquierda (sobre todo por los comunistas de estos países), en reclamo del
derecho a la autodeterminación, la soberanía, el control sobre las riquezas
naturales, las identidades culturales nacionales asociadas al derecho de
autogobernarse, entre otros.
Desde la década de los ochenta del siglo XX a esta
fecha, las naciones y el nacionalismo como el Estado Nación vienen siendo
atacados por las concepciones neo liberales que plantean la necesidad del libre
movimiento de las mercancías en una economía globalizada y transnacionalizada.
Para la economía globalizada, el Estado Nación representa un verdadero
obstáculo con todas sus reglas y mecanismos de protección de sus respectivas
economías nacionales.
Para continuar revisando
los rasgos del Estado Nación en su etapa postrevolucionaria europea, se
enumeran las siguientes características:
·
Información: El Estado está
informado acerca de la vida de sus ciudadanos. Esto a través de censos (que se
generalizan a partir de mediados del siglo decimonónico), registros (de
matrimonios, nacimientos, muertes, transacciones, propiedades, entre otras),
las policías, los ejércitos, las escuelas.
·
Legitimidad: Los
gobernantes trabajan por ganarse la fidelidad de sus gobernados. Esto a través
del sistema de representación por elecciones.
·
Lealtad: El estado trabaja
por convertir la lealtad al Estado y a la Nación como la principal lealtad de
los ciudadanos. Aquí, de alguna forma, entra el patriotismo de Estado como una
especie de religión cívica, como lo planteaba Rousseau.
·
Ciudadanía: La nación asociada a un pueblo con deberes y
derechos políticos.
·
Soberanía: El Estado ejerce el poder en nombre y
representación del pueblo soberano.
Esta simplificada
presentación de las características principales del Estado Nación, una vez
terminada la etapa revolucionaria, se soporta en el desarrollo tecnológico y
económico históricamente determinado, en especial en el desarrollo de la
metalurgia, la química, la industria textil, el transporte y la comunicación.
Especial significación lo representa la imprenta como oportunidad para
homogenizar la lengua y conformar y consolidar las llamadas lenguas nacionales,
a lo que necesariamente se suma la generalización de la educación primaria, la
alfabetización, la prensa escrita y más adelante la invención de la radio y la
televisión.
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